Seis años después de la crisis, Argentina sufre otra vez las cosquillas de la incertidumbre financiera
Por John Lyons en São Paulo y Michael Casey en Buenos Aires
The Wall Street Journal
Apenas seis años después de declarar el mayor default de deuda soberana de la historia y devaluar su moneda, los habitantes de Argentina y los inversionistas de Wall Street se están haciendo una perturbadora pregunta: ¿está por suceder otra vez?
Una respuesta simple parece ser que no tiene por qué ocurrir, pero quizás ocurra. Con casi US$50.000 millones en reservas internacionales y una de las tasas de crecimiento más grandes de América Latina, Argentina tiene varias opciones para mantener estable su moneda y satisfacer sus necesidades financieras en los próximos años.
No obstante, han aparecido señales preocupantes de pánico financiero. Los argentinos de clase media están sacando dinero de sus cuentas de ahorro para comprar dólares, una señal de que piensan que el gobierno está en aprietos y que el peso se desplomará. El Banco Central gastó US$1.000 millones para defender el peso en las últimas dos semanas. La sensación de incertidumbre, de todas maneras, empezó a disiparse en los últimos días, cuando el gobierno y los dirigentes de organizaciones agrícolas acercaron posiciones tras más de dos meses de huelgas y protestas.
Todo depende de la familia presidencial, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su esposo Néstor Kirchner, el irascible ex presidente que muchos piensan que todavía da las órdenes. Con la popularidad del gobierno en declive en medio de una inflación del 23% según estimaciones privadas (la cifra oficial, considerada poco creíble, ronda el 10% anual), aumenta la preocupación sobre si se podrá continuar a largo plazo con las políticas populistas de los Kirchner.
El gobierno está desestimando los riesgos. "La probabilidad objetiva de una crisis similar a las del pasado es, en la Argentina actual, virtualmente nula", escribió el presidente del Banco Central, Martín Redrado, en el diario La Nación del domingo. Un vocero del gobierno declinó hacer más comentarios.
Desde que asumieron el poder, los Kirchner han fijado los precios de los supermercados y los servicios públicos en un fallido intento por contener la inflación, mientras confían en que una moneda débil impulsará el crecimiento. Después de pelearse con los acreedores extranjeros, el gobierno se ha apoyado en créditos del presidente venezolano, Hugo Chávez, para financiar el gasto. Más recientemente, el gobierno ha estado enfrentado con los agricultores, quienes se oponen a un plan para subir los impuestos a sus exportaciones.
La pregunta es si Néstor Kirchner, quien todavía mantiene su popularidad por haberle hecho frente al Fondo Monetario Internacional y haberse rehusado a pagarles a los tenedores de bonos extranjeros después del default, apoyará las decisiones necesarias para resolver el paro de los agricultores, controlar la inflación, apuntalar el presupuesto y restablecer la confianza.
Algo que complica el asunto es que el gobierno debe luchar contra los recuerdos todavía dolorosos de la crisis financiera de 2001, cuando desesperadamente congeló depósitos, haciendo que mucha gente de clase media perdiera todos sus ahorros. Como resultado, la gente está condicionada a retirar su dinero a la primera señal de peligro.
"No hay confianza en el sistema financiero argentino, y punto", dijo Ernesto Bodenheimer, un activista de 59 años que lideró un grupo de gente que buscaba acceso a los ahorros congelados durante la última crisis. "El más mínimo ruido y sacás tu plata".
Últimamente, el ruido se escucha en todas partes. Después de la renuncia del ministro de Economía, el mes pasado, surgió la sensación en Buenos Aires de que todo se estaba repitiendo. Las conversaciones sobre fútbol durante los asados de fin de semana se volvieron debates sobre si otro congelamiento de los depósitos era inminente.
La decisión de los agricultores —Argentina es el segundo productor mundial de maíz y el cuarto de soya— de privar al gobierno de los ingresos por impuestos negándose a exportar sus productos empeoró la situación. Hasta la erupción de un volcán en Chile, el 7 de mayo, fue vista como un mal presagio, ya que sus cenizas demoraron vuelos que llevaban dólares a las casas de cambio de Buenos Aires que intentaban paliar la demanda por la moneda estadounidense.
Existen otros obstáculos para restablecer la confianza.
Muchos economistas piensan que los datos oficiales de la inflación y otros indicadores son incorrectos. Dados sus antecedentes, algunos observadores creen que el gobierno podría devaluar la moneda otra vez para impulsar el crecimiento y contrarrestar una caída en la popularidad, un plan que aceleraría aún más la inflación.
Mientras los argentinos compran dólares, los inversionistas de Wall Street que poseen deuda argentina están tratando de calcular qué sucederá. Aunque la deuda de Argentina está creciendo, el país debería poder cumplir con los pagos por los menos hasta 2010, dicen los analistas. Sin embargo, el gobierno quizás tenga que pedir prestado de las reservas del Banco Central y de los ahorros de jubilación de los trabajadores. Lo que es imposible saber es si el gobierno está dispuesto a dar estos pasos.
Bachelet insta a Chávez a dar pruebas sobre jefe de policía
La presidenta Michelle Bachelet se pronunció ayer sobre la protesta a Venezuela por las declaraciones del presidente Hugo Chávez en las que descalificó al jefe de la policía civil chilena.
Indicó que si el mandatario venezolano tiene antecedentes concretos contra la autoridad policial, debía enviarlos por la vía formal.
Por su parte, el canciller Alejandro Foxley dijo que Chile no quiere agudizar el conflicto y que lo mejor sería concluirlo. ``Nosotros no queremos escalar esto a un problema de envergadura, porque ya hemos dicho lo que pensamos sobre esta materia, y creo que lo mejor sería dar por cerrado este capítulo''.
Caracas mantuvo ayer reserva sobre la nota de protesta. Al respecto el canciller Nicolás Maduro sólo comentó que ``estamos evaluando [el reclamo]''.
Bachelet señaló que el ministro subrogante del Interior, Felipe Harboe, respaldó al director de la Policía de Investigaciones, Arturo Herrera, y que su gobierno ''ha apoyado con mucha fuerza'' al jefe policial porque no tiene antecedentes que ameriten las acusaciones en su contra.
''Nos ha parecido que lo que corresponde, si en otro país hay alguna información pertinente que debe ser conocida por el gobierno de Chile, [que] cualquier elemento de esta naturaleza debe hacerse por las vías formales que correspondan'', afirmó Bachelet.
Agregó que ``es por eso que el gobierno ha optado por la vía formal, escrita, de expresar su sorpresa, su preocupación por esas declaraciones y solicitar que de haber información sea entregada porque esa es la manera como queremos relacionarnos con todos los países, de una manera formal''.
Chávez acusó el jueves a Herrera, presidente interino de Interpol, al cuestionar un informe de ese organismo internacional que certificó que Colombia no manipuló la información contenida en tres computadoras que dicen haber encontrado en un campamento de las guerrilleras Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
En su rechazo a la conclusión de Interpol, Chávez criticó a Herrera y dijo que habría ordenado modificar un informe policial que inculpó al general retirado chileno Ricardo Trincado en la exhumación ilegal de los cadáveres de 26 ejecutados políticos entre 1975 y 1976.
¿Qué es el exilio cubano?
ENRIQUE FERNANDEZ
The Miami Herald
Templad mi lira. Lleno de emoción, el poeta, en una versión neoclásica de una prueba de sonido, pide que le afinen la lira para poderle dar rienda suelta a la inspiración suscitada por el torrente que acaba de ver: las cataratas del Niágara.
Yo había leído la Oda al Niágara (1823), de José María Heredia, en la escuela, porque él fue uno de los grandes poetas nacionales de Cuba. Y 30 años después, lo leí de nuevo donde menos esperaba, aunque sí debí haberlo esperado. En una placa conmemorativa en las propias cataratas.
Sentí un rubor de cubanía. Y el del exilio.
Heredia fue exiliado, uno de muchos en la historia de mi país nativo. Exiliados en Estados Unidos, Heredia y yo. Vinculados por nuestra cubanía y nuestra extranjería en Norteamérica, conectados por un largo hilo que pasa a través de José Martí, aquel exiliado que, en este país, escribió poesía, como lo hizo Heredia antes que él, y periodismo, como habría de hacerlo yo.
Encontrar la Oda en la orilla del Niágara sembró la semilla de preguntas que me han acosado durante otros 30 años. ¿Qué es el exilio? ¿Qué es la identidad cubana? ¿Por qué esas condiciones pesan tanto sobre mi conciencia y las de otros como yo? ¿Por qué sólo encuentran verdadera expresión en la poesía y en el arte?
Templad mi lira.
"Somos los últimos mohicanos'', dice el arquitecto miamense Raúl Rodríguez de su generación, conformada, según indica, por los "hijos de la revolución''.
Y son por cierto los últimos clásicos exiliados cubanos. Desplazados de Cuba por la revolución castrista, sus padres esperaban regresar, ya sin Fidel Castro, en unos meses. El próximo día de Año Nuevo se cumplirá medio siglo.
Y aún así, con la mayoría de sus padres ya difuntos, esos niños se autodefinen en términos de exiliados. Rodríguez tiene ahora 60 años y fue el sujeto de un libro publicado en 1993 sobre los cubanoamericanos, El Exiliado.
Todos los días laborales, a la hora de almorzar, se reúne con un grupo de amigos cubanoamericanos, todos profesionales de su edad más o menos, en un acogedor restaurante de Coral Gables. En este día de abril está animado con un discurso que Eusebio Leal, el historiador de La Habana, pronunció hoy ante la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).
Rodríguez conoce a Leal porque ha viajado a La Habana varias veces para estudiar la bellísima arquitectura de la ciudad. Algunos de sus compañeros de almuerzo consideran esos viajes ayuda al enemigo y a Leal un descarado sin ética. De todas formas, a Rodríguez le decepciona saber que la mayoría no ha leído el discurso que les envió por correo electrónico.
Leal, un prominente funcionario cubano, dice que es hora de un cambio de actitud hacia los negros, hacia los homosexuales, hacia los campesinos que labran la tierra.
En frases, por supuesto preaprobadas, si no dictadas, Leal habla del fin de una era que él y otros han sobrevivido y dice que es hora de un nuevo comienzo, tan importante como el de 1959, es decir, tan importante como la revolución.
Quizá lo más significativo para Rodríguez es que Leal afirma la identidad cubana de los que viven en otros países.
"No me avergüenzo de los que están fuera'', dice Leal... y nunca les quitaré el nombre de cubanos; ellos decidieron el camino a tomar, siempre que no se levanten en armas contra la patria que les vio nacer''.
Esa afirmación tan atrevida, de parte de un alto funcionario, no tiene precedentes. En el pasado, el régimen cubano negaba la cubanidad de los exiliados, llamándoles gusanos.
Y hay muchos exiliados que han dicho, y siguen diciendo, que son los cubanos de la isla los que, al aceptar el comunismo, han renunciado a su cubanía.
Para todas las partes en esa guerra de palabras lo que está en juego es algo muy especial, algo diferente a otras identidades nacionales. Yo le llamo excepcionalismo cubano. Y muchos le llaman, no injustificadamente, la arrogancia cubana.
Técnicamente, no soy exiliado. Mi familia emigró a Tampa en 1956. Menos de un año después del éxito de la rebelión contra Fulgencio Batista regresamos, visitamos a nuestros familiares, estudiamos la situación y regresamos a Estados Unidos.
Cuando Castro secuestró el poder y empezó a confiscar propiedades, a nosotros no nos quitó nada. Todo lo que teníamos, un Studebaker de 1953 y unos muebles comprados en la Sears Roebuck de La Habana lo trajimos con nosotros.
Moldeadas por una familia de socialdemócratas, sindicalistas y comunistas, mis ideas políticas me separaban de la mayoría de los cubanoamericanos. Pero también yo me siento como uno de los últimos mohicanos.
Pero "exiliados'' no es precisamente la palabra correcta.
"En el Siglo XIX se les llamaba ‘emigrados''', dice Guarioné Díaz, autor de The Cuban American Experience (La Experiencia Cubanoamericana).
Prefiero "destierro''. Significa exilio, pero literalmente es desarraigo del terruño natal. Es la palabra que el poeta mexicano Octavio Paz usó en 1996 al dirigirse a un grupo de poetas cubanoamericanos en Miami. Yo estoy desarraigado.
Pero muchos otros también. El planeta está lleno de gente que viven en algún lugar que no es su patria: 200 millones de personas. ¿Por qué han de sentirse especiales los cubanos?
En público somos cuidadosos y políticamente correctos cuando respondemos esa pregunta. Después de todo, somos los hispanos modelo.
"Cuba ha tenido un impacto desproporcionado a su tamaño como país o la cantidad de personas que viven en la isla'', dice Jaime Suchlicki, director del Instituto de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos de la Universidad de Miami. "La palabra ‘significativo''' añade diplomáticamente, "es mejor que ‘excepcional'''.
En privado, nos asombra la cultura cubana: la gloria de su literatura, sus artes visuales, su bailes, su música. Y aunque la mayoría de los cubanoamericanos cree fervientemente que debió haber un cambio de régimen en la isla desde hace rato, más de uno se reía en privado cada vez que Fidel le halaba las barbas al Tío Sam. Fidel Castro fue, después de todo, el desvergonzado protagonista en el escenario mundial del excepcionalismo cubano.
Pero seguimos sintiendo, anhelando. Somos los hijos hendidos de una nación hendida.
La oficina de un cubanólogo profesional como Suchlicki está llena de arte, libros, periódicos, en los que la palabra más repetida es Cuba. Su instituto en la Universidad de Miami y las oficinas paralelas de otras orientaciones ideológicas de la Universidad Internacional de la Florida (FIU) y el Miami-Dade College (MDC), la "mesa redonda'' diaria de Rodríguez con profesionales y la librería y editorial Universal de la Calle Ocho son el sofisticado reverso de puntos folclóricos de exiliados como el Versailles o Cuba Nostalgia.
Es como si fuéramos babosas segregando una concha de cubanía para que nos rodee en el exilio, una concha que crece tanto que parece la propia Cuba.
"Vivimos aquí como en un país prestado'', expresó el difunto escritor cubano Reinaldo Bragado.
Pero Miami no es Cuba, ni lo será nunca. Su historia está cubierta de capas de modernismo. En La Habana, cuando era niño, desde el balcón de mi abuela veía, al otro lado de una calle de adoquines, una catedral del siglo XVIII construida en el estilo que asocio con la cultura cubana: un barroco decadente.
Cubanos de diversas inclinaciones políticas concuerdan en lo que es el exilio, o al menos en cuándo dejará de existir.
El tolerante Rodríguez dice: "La condición de exiliado no termina hasta que el gobierno de nuestro país nos descriminalice'', o sea, que deje a los cubanos en el exterior entrar y salir de la isla a voluntad.
El más conservador Suchlicki lo expresa de manera distinta, pero el significado es el mismo: ‘‘El ‘exilio' seguirá siendo un concepto siempre que en Cuba haya un régimen como el que hay ahora. Una vez que haya un cambio en Cuba, el concepto desaparecerá o se disipará''.
Y Marifeli Pérez-Stable, una académica liberal, dice que "el exilio no ha terminado, porque no importa cuántos cubanoamericanos vayan a la isla o cuántos envíen remesas a sus familiares, la relación entre Cuba y los que estamos fuera no se parece en nada a la de los mexicanos o mexicanoamericanos, a los dominicanos de la isla y de aquí, o los colombianos de allá y de aquí''.
Pérez-Stable se refiere a la libertad de ir y venir, el fin de las hostilidades en ambos lados del Estrecho de la Florida.
Pérez-Stable, profesora de Sociología de FIU, pertenece a un segmento de la generación de mohicanos que se radicalizó con el movimiento estudiantil de los años 60. Aceptando la Nueva Izquierda, esos jóvenes cubanoamericanos rompieron con las ideas políticas de sus padres y empezaron a ver a la Cuba de Castro bajo una luz dorada.
En Miami los acusaron de traidores, pero a medida que maduraron la mayoría reconoció los enormes defectos de un sistema que, en viajes organizados por el gobierno cubano, pudieron ver de cerca. Para la consternación del gobierno de La Habana, estos ex compañeros de viaje empezaron a criticar públicamente el régimen castrista.
Yo también me vi arrastrado por la ola de radicalismo estudiantil que culminó precisamente hace 40 años, pero el historial político de mi familia moderó mi fervor. Mi padre había coqueteado con el comunismo en su juventud radical, pero después de Stalin, ¿quién iba a enarbolar una bandera roja?
Unos amigos me invitaron a un viaje a la isla con la Brigada Antonio Maceo, pero me pareció una especie de manifestación de apoyo disfrazada. Una conversación con un conocido izquierdista bien conectado en la isla confirmó mi decisión de no ir. "El gobierno de Cuba no está interesado en financiar viajes nostálgicos'', me dijo.
Lo que yo quería era regodearme en la nostalgia.
El exilio es realista: hay cubanoamericanos que, habiendo participado en intentos armados de derrocar el gobierno de Castro, tienen buenas razones para creer que los encarcelarían o incluso los ejecutarían si regresaran. Pero también se trata de un estado mental. Un inmigrante se va de su país para buscar una vida mejor, pero un exiliado se siente obligado a irse, lo atormenta la nostalgia y anhela volver.
Luego de una vida entera en Estados Unidos, los cubanos de la última generación de lo que se ha dado en llamar el exilio dorado se ven ante una disyuntiva.
"Ni un solo día he dejado de sentirme cubano'', dice el productor musical Nat Chediak, que nació en la isla de padres libaneses y creció en La Habana. Pero él sabe que la Cuba a la que muchos exiliados quisieran regresar "es un lugar que ya no existe''.
En mis momentos más sombríos, albergo una fantasía. Me mudo a Cuba, no después de un cambio de régimen sino ahora. Me busco un apartamento sencillo en La Habana, cerca de la bahía. Y salgo a dar caminatas solitarias. No me pongo en contacto con nadie. Rechazo todo contacto humano, excepto el necesario para subsistir. Y finalmente estoy solo con mi verdadero amor: La Habana. Nos desmoronaremos mutuamente y moriremos.
"Me molesta el término ‘cubanoamericano''' dice Jorge Santis, curador del Museo de Fort Lauderdale, que presenta una exhibición de artistas cubanos de dentro y fuera de la isla, llamada ‘‘Unbroken Ties'' (‘‘Lazos intactos'').
"Soy un cubano que tengo el honor y el privilegio de vivir en Estados Unidos. Pero cuando uno es cubano, siempre es cubano'', dice.
Santis explica que la exhibición que ha montado "demuestra que el vínculo emocional entre los cubanos en Estados Unidos y en la isla es vibrante y poderoso: gravitamos unos hacia otros''.
Así cita las notas escritas por una de los artistas de la exhibición, Rocío Rodríguez, de Atlanta. Su obra, en la que "el cuerpo humano está en cierto estado de desintegración'', refleja ‘‘el sentido de la amputación emotiva del lugar natal''.
El cuerpo, en sus pinturas, "está partido a la mitad, en gran medida como el alma cuando uno no puede regresar a su tierra''.
Lo que intelectuales y académicos expresan en términos racionales, aunque con pasión, el arte lo muestra crudo. Desintegración. Desplazamiento. Amputación.
Es posible esperar alguna reintegración de esas almas amputadas por la historia política. Es posible enterarse de los acontecimientos en Cuba y saber que un cambio fundamental es tan inevitable como impredecible.
Pero los artistas implemente lo expresan como es. El exilio es dolor.
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